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jueves, 4 de diciembre de 2025

LAS VENTAS (MADRID). DOMINGO, 12 DE OCTUBRE DE 2025

UNA JORNADA PARA EL RECUERDO


Terminamos este repaso a los festejos presenciados por “De celeste y plata” en este 2025 reseñando lo acontecido el domingo 12 de octubre en la madrileña plaza toros de Las Ventas. Una jornada de doble función que, sin duda, perdurará en el recuerdo de los aficionados allí presentes.

El festival pro monumento a Antoñete que hizo soñar el toreo


Por la mañana, se llenaron los escaños venteños con la ilusión de disfrutar de toreros como Curro Vázquez, Frascuelo, que sustituyó a Julio Aparicio, César Rincón, Enrique Ponce, Morante de la Puebla, la novillera Olga Casado y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza quienes, para lidiar utreros de las ganaderías de Garcigrande, José Luis Osborne y El Capea, se anunciaban en un festival taurino benéfico pro monumento a uno de los grandes Toreros de Madrid: Antonio Chenel, Antoñete. El festival fue a iniciativa del propio Morante que continuaba así el camino que abrió hace varios lustros la Asociación Juvenil Taurina Española. Con él, se sufragarían los gastos del citado monumento, obra del escultor Martín Lagares, que fue descubierto en la mañana del día anterior en la explanada venteña.

Más allá de trofeos, el festival no fue redondo ni rotundo, pero sí fue un oasis en medio del desértico panorama taurino actual que hizo que los aficionados presentes soñasen con el toreo y fuesen por los aledaños del coso capitalino dibujando lances con sus manos a la salida del mismo.

Abrió plaza el rejoneador Hermoso de Mendoza (ovación con saludos) quien emborronó con el rejón de muerte una actuación en la que se mostró sobrio, templado y elegante ante un astado de El Capea que tuvo buena condición, pero que no estuvo sobrado de fuerzas y al que, quizá, le sobró el segundo rejón de castigo.

Curro Vázquez (dos orejas) fue el siguiente en actuar frente a un astado noblón, pero sin mucha fuerza de Garcigrande. Curro dejó detalles de torería con el capote en alguna verónica aislada y en una media de remate de escándalo. Con la franela, dibujó varias series con la mano diestra que fueron rematadas con sensacionales trincherazos y cambios de mano.

Frascuelo (vuelta al ruedo) entró en el cartel a última hora para sustituir a Julio Aparicio. Le tocó lidiar con un astado incierto, correoso y complicado de Garcigrande lo que no obstó para que dejase detalles de torería, tanto con el capote, sobre todo, en un ramillete de medias verónicas con las que remató los lances de recibo, como con la muleta, especialmente, con la mano diestra.

El siguiente en actuar fue César Rincón (dos orejas). El colombiano, ahijado de alternativa de Chenel, hizo crujir los escaños venteños con el recibo por verónicas y con una faena de muleta en la que la distancia, el temple, el poso, la ligazón y la torería fueron la base fundamental. ¡Cómo citó en la distancia, cómo templó, cómo toreó y cómo mandó las embestidas! Simplemente, sensacional.

En quinto lugar -cuarto de lidia a pie-, intervino Enrique Ponce (oreja tras aviso) ante un noblote, aunque justito de fuerza, novillo de Garcigrande. Se gustó el valenciano manejando, tanto el percal, como la franela en un muy buen trasteo de largo metraje en el que destacó el temple, la despaciosidad y la elegancia.

Morante de la Puebla (oreja) fue el siguiente en actuar. El diestro sevillano, para completar el homenaje a Chenel, escogió para la ocasión un utrero de la ganadería de José Luis Osborne con un pelaje muy similar a aquel Atrevido con el que Antoñete soñó el toreo el 15 de mayo de 1966. Sin embargo, el de Osborne, no estuvo por la labor de colaborar en el éxito final del homenaje, pues tuvo una descompuesta embestida. Pero el sevillano se empecinó en ello y, tras dejar algún detalle con el capote, con esfuerzo y tesón consiguió hilvanar un ramillete y medio de naturales de uno en uno en un trasteo muletero que brindó al cielo en honor al homenajeado diestro madrileño.

Cerró el cartel la novillera Olga Casado (dos orejas) con un novillo de Garcigrande que resultó manejable, aunque parado. No se arredró, Casado, con lo vivido anteriormente y firmó una buena actuación con el capote, tanto en el recibo por verónicas, como en el quite por gaoneras, y con la muleta en una faena en la que, tras brindar a los maestros actuantes, dejó buenos pasajes con ambas manos. Sin duda, justificó su criticada inclusión en el cartel.

La emoción del Adiós en la Corrida de la Hispanidad


Apenas tres horas después de haber terminado el festival homenaje a Antoñete y todavía con la emoción a flor de piel, los escaños venteños se volvieron a llenar para presenciar la corrida de toros del Día de la Hispanidad. Un festejo que estaba marcado por la despedida de los ruedos, tras veinticinco años de alternativa, de uno de los toreros predilectos de la afición de Madrid, Fernando Robleño. En esta ocasión, el de San Fernando de Henares estaría acompañado por Morante de la Puebla, quien fuese su padrino de alternativa, y Sergio Rodríguez quien confirmaría el doctorado. Una terna que se las vería ante un encierro de la divisa salmantina de Garcigrande.

El encierro de Garcigrande lució una buena presentación y ofreció un juego desigual. Los mejores resultaron los jugados en primer y quinto lugar que fueron ovacionados en el arrastre.

Confirmó la alternativa Sergio Rodríguez (ovación con saludos tras aviso y silencio) ante un ejemplar que manseó de salida, pero que llegó con opciones a la muleta. Se mostraría variado manejando el percal, mientras que, con la muleta, firmaría una faena con pasajes aislados de interés con la mano diestra. Sin embargo, no pudo pasar de voluntarioso con el sexto, un desrazado ejemplar que iba y venía, pero sin gracia ninguna.

El, en principio, actor principal del festejo era Fernando Robleño (silencio y oreja). El de San Fernando de Henares había anunciado su despedida de los ruedos tras veinticinco años de alternativa. La tarde era para él, no obstante, tuvo que saludar una fuerte ovación desde el tercio tras romperse el paseíllo. No pudo hacer nada con el desrazado tercero. Sin embargo, con el quinto, ejemplar que tuvo un buen pitón derecho, se gustó en los lances de recibo y en el quite por chicuelinas. Y con la muleta, firmó una buena actuación con pasajes muy interesantes, sobre todo, con la mano derecha y una serie final al natural. Dio una clamorosa vuelta al ruedo paseando el apéndice con el que se premió su faena. Tras ella, hizo saltar al ruedo a sus hijos para que le cortasen la coleta entre lágrimas de emoción y una atronadora ovación.

Pero todo el protagonismo al final lo acaparó Morante de la Puebla (silencio y dos orejas). El sevillano continuó homenajeando a Antoñete haciendo el paseíllo con un terno lila y oro que tanto caracterizo al añorado diestro madrileño. Ese característico terno que acabó por ser calificado como “chenel y oro”. Tras confirmar la alternativa a Rodríguez, Morante sorteó, en su primer turno, un astado que no tuvo nada dentro. Aún así, hizo crujir los escaños venteños meciendo el capote por verónicas, primero en el recibo y, luego, en el quite. Sin embargo, abrevió en la faena de muleta ante la imposibilidad de alcanzar lucimiento. Con su segundo, cuarto de la tarde, un animal desrazado que tuvo peligro por el izquierdo, pero que se dejó por el derecho, salió arrebatado recibiendo al astado de rodillas con el capote. Fue un vibrante y arrebatado recibo que, sin embargo, no pudo tener continuidad. Además, cuando llevaba al toro al caballo, el garcigrande se le coló por el pitón izquierdo y le volteó de muy fea manera, quedando, Morante, inerte en el ruedo. Acudieron las asistencias en su socorro para llevarle a la enfermería, pero tras unos momentos de dudas, el sevillano volvió del burladero del cinco donde estaba siendo atendido para continuar la lidia. Ya con la muleta, se inventó una faena que solo él vio con series de enjundiosos muletazos sobre la mano diestra. Lo intentó también por el pitón izquierdo, pitón por el que ya se le coló el burel con el capote propinándole aquella espeluznante voltereta mentada anteriormente. Volvió a protestar el toro y Morante siguió el trasteo con la mano diestra. La plaza había vibrado con Morante. La plaza estaba entregada a Morante, una vez más. Y la plaza enloqueció con Morante tras el perfecto estoconazo de efecto fulminante que recetó el diestro sevillano. El público enardecido solicitó con mucha fuerza el doble trofeo para Morante que, no sin voces disonantes, fue concedido por el palco presidencial lo que permitía a Morante salir por la puerta grande de la monumental madrileña por segunda vez en su carrera. Morante recogió el doble trofeo y recorrió parsimonioso el anillo entre fuertes aclamaciones y, por qué no decirlo, las protestas de aquellos aficionados que consideraron excesiva la concesión de la segunda oreja -trofeo que, todo sea dicho, puede calificarse de benévolo, pero, poco importan los trofeos, al final despojos, cuando la emoción y el sentimiento (y algún que otro tinte triunfalista, no vamos a negarlo) se apoderan de los tendidos (¡ay, de aquel aficionado que solo sepa mirar el toreo con la frialdad o el triunfalismo numérico!)-. Terminó la vuelta al ruedo y Morante se dirigió solo hacia el centro del ruedo. Todo hacía presagiar que el sevillano iba, quizá en un gesto emotivo, a saludar y agradecer a la afición venteña todo lo vivido durante este día especial. Pero lo que nadie esperaba (quizá alguien sí) es que Morante se echase las manos a la cabeza y comenzase a quitarse la coleta en un claro gesto que anunciaba su retirada del toreo.

La conmoción y la emoción brotaron en los tendidos venteños que prorrumpieron en una estruendosa, clamorosa y unánime ovación que se mezcló con distintas voces: unos, pedían al genio cigarrero que no lo hiciese, otros coreaban el tan taurino “torero, torero” y otros lanzaban ese grito, tan actualmente popular, como poco taurino -y casi deportivo- “jo-sean-tonio morante-de-lapuebla”.

Con los tendidos embargados por la emoción por todo lo vivido durante todo el día y sin ser ni siquiera arrastrado el último astado del festejo vespertino, una avalancha de novel juventud invadió el ruedo venteño para llevarse en hombros por la puerta grande al genial torero sevillano quien, poco más de media hora antes, acababa a acaparar todo el protagonismo con su inesperada retirada. Poco le importó a esta ignara y arrolladora muchedumbre que Sergio Rodríguez no hubiese abandonado la plaza. Y lo que es más injusto, que hubiesen dejado casi en el olvido a Robleño quien fue sacado a hombros por la puerta de cuadrillas por un grupo de sempiternos aficionados venteños.

Terminaba así, una emocionante jornada que, como decíamos al principio, será difícil de olvidar para los allí presentes. Pero que también debería servir de reflexión para intentar atajar la deriva en la que se encuentra inmersa la monumental capitalina desde la aparición de este advenedizo y bisoño público que puebla sus tendidos en los últimos años, que si bien es más que necesario, no deja de ser arrogante y nesciente. Pero, claro, para saber hace falta querer aprender…

  

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