UNA JORNADA
PARA EL RECUERDO
Terminamos este repaso a los festejos presenciados por “De celeste y plata” en este 2025 reseñando lo acontecido el domingo 12 de octubre en la madrileña plaza toros de Las Ventas. Una jornada de doble función que, sin duda, perdurará en el recuerdo de los aficionados allí presentes.
El festival pro monumento a
Antoñete que hizo soñar el toreo
Por la mañana, se llenaron los escaños venteños con la ilusión de disfrutar de toreros como Curro Vázquez, Frascuelo, que sustituyó a Julio Aparicio, César Rincón, Enrique Ponce, Morante de la Puebla, la novillera Olga Casado y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza quienes, para lidiar utreros de las ganaderías de Garcigrande, José Luis Osborne y El Capea, se anunciaban en un festival taurino benéfico pro monumento a uno de los grandes Toreros de Madrid: Antonio Chenel, Antoñete. El festival fue a iniciativa del propio Morante que continuaba así el camino que abrió hace varios lustros la Asociación Juvenil Taurina Española. Con él, se sufragarían los gastos del citado monumento, obra del escultor Martín Lagares, que fue descubierto en la mañana del día anterior en la explanada venteña.
Más allá de trofeos, el festival
no fue redondo ni rotundo, pero sí fue un oasis en medio del desértico panorama
taurino actual que hizo que los aficionados presentes soñasen con el toreo y
fuesen por los aledaños del coso capitalino dibujando lances con sus manos a la
salida del mismo.
Abrió plaza el rejoneador Hermoso
de Mendoza (ovación con saludos) quien emborronó con el rejón de muerte una
actuación en la que se mostró sobrio, templado y elegante ante un astado de El
Capea que tuvo buena condición, pero que no estuvo sobrado de fuerzas y al que,
quizá, le sobró el segundo rejón de castigo.
Curro Vázquez (dos orejas) fue el
siguiente en actuar frente a un astado noblón, pero sin mucha fuerza de
Garcigrande. Curro dejó detalles de torería con el capote en alguna verónica
aislada y en una media de remate de escándalo. Con la franela, dibujó varias
series con la mano diestra que fueron rematadas con sensacionales trincherazos
y cambios de mano.
Frascuelo (vuelta al ruedo) entró
en el cartel a última hora para sustituir a Julio Aparicio. Le tocó lidiar con
un astado incierto, correoso y complicado de Garcigrande lo que no obstó para
que dejase detalles de torería, tanto con el capote, sobre todo, en un
ramillete de medias verónicas con las que remató los lances de recibo, como con
la muleta, especialmente, con la mano diestra.
El siguiente en actuar fue César
Rincón (dos orejas). El colombiano, ahijado de alternativa de Chenel, hizo
crujir los escaños venteños con el recibo por verónicas y con una faena de
muleta en la que la distancia, el temple, el poso, la ligazón y la torería
fueron la base fundamental. ¡Cómo citó en la distancia, cómo templó, cómo toreó
y cómo mandó las embestidas! Simplemente, sensacional.
En quinto lugar -cuarto de lidia
a pie-, intervino Enrique Ponce (oreja tras aviso) ante un noblote, aunque
justito de fuerza, novillo de Garcigrande. Se gustó el valenciano manejando,
tanto el percal, como la franela en un muy buen trasteo de largo metraje en el que
destacó el temple, la despaciosidad y la elegancia.
Morante de la Puebla (oreja) fue
el siguiente en actuar. El diestro sevillano, para completar el homenaje a
Chenel, escogió para la ocasión un utrero de la ganadería de José Luis Osborne con
un pelaje muy similar a aquel Atrevido con el que Antoñete soñó el toreo el 15
de mayo de 1966. Sin embargo, el de Osborne, no estuvo por la labor de
colaborar en el éxito final del homenaje, pues tuvo una descompuesta embestida.
Pero el sevillano se empecinó en ello y, tras dejar algún detalle con el
capote, con esfuerzo y tesón consiguió hilvanar un ramillete y medio de
naturales de uno en uno en un trasteo muletero que brindó al cielo en honor al
homenajeado diestro madrileño.
Cerró el cartel la novillera Olga
Casado (dos orejas) con un novillo de Garcigrande que resultó manejable, aunque
parado. No se arredró, Casado, con lo vivido anteriormente y firmó una buena
actuación con el capote, tanto en el recibo por verónicas, como en el quite por
gaoneras, y con la muleta en una faena en la que, tras brindar a los maestros
actuantes, dejó buenos pasajes con ambas manos. Sin duda, justificó su
criticada inclusión en el cartel.
La emoción del Adiós en la
Corrida de la Hispanidad
Apenas tres horas después de haber terminado el festival homenaje a Antoñete y todavía con la emoción a flor de piel, los escaños venteños se volvieron a llenar para presenciar la corrida de toros del Día de la Hispanidad. Un festejo que estaba marcado por la despedida de los ruedos, tras veinticinco años de alternativa, de uno de los toreros predilectos de la afición de Madrid, Fernando Robleño. En esta ocasión, el de San Fernando de Henares estaría acompañado por Morante de la Puebla, quien fuese su padrino de alternativa, y Sergio Rodríguez quien confirmaría el doctorado. Una terna que se las vería ante un encierro de la divisa salmantina de Garcigrande.
El encierro de Garcigrande lució
una buena presentación y ofreció un juego desigual. Los mejores resultaron los
jugados en primer y quinto lugar que fueron ovacionados en el arrastre.
Confirmó la alternativa Sergio
Rodríguez (ovación con saludos tras aviso y silencio) ante un ejemplar que
manseó de salida, pero que llegó con opciones a la muleta. Se mostraría variado
manejando el percal, mientras que, con la muleta, firmaría una faena con
pasajes aislados de interés con la mano diestra. Sin embargo, no pudo pasar de
voluntarioso con el sexto, un desrazado ejemplar que iba y venía, pero sin
gracia ninguna.
El, en principio, actor principal
del festejo era Fernando Robleño (silencio y oreja). El de San Fernando de
Henares había anunciado su despedida de los ruedos tras veinticinco años de
alternativa. La tarde era para él, no obstante, tuvo que saludar una fuerte
ovación desde el tercio tras romperse el paseíllo. No pudo hacer nada con el
desrazado tercero. Sin embargo, con el quinto, ejemplar que tuvo un buen pitón
derecho, se gustó en los lances de recibo y en el quite por chicuelinas. Y con
la muleta, firmó una buena actuación con pasajes muy interesantes, sobre todo,
con la mano derecha y una serie final al natural. Dio una clamorosa vuelta al
ruedo paseando el apéndice con el que se premió su faena. Tras ella, hizo
saltar al ruedo a sus hijos para que le cortasen la coleta entre lágrimas de
emoción y una atronadora ovación.
Pero todo el protagonismo al
final lo acaparó Morante de la Puebla (silencio y dos orejas). El sevillano
continuó homenajeando a Antoñete haciendo el paseíllo con un terno lila y oro
que tanto caracterizo al añorado diestro madrileño. Ese característico terno que
acabó por ser calificado como “chenel y oro”. Tras confirmar la alternativa a
Rodríguez, Morante sorteó, en su primer turno, un astado que no tuvo nada
dentro. Aún así, hizo crujir los escaños venteños meciendo el capote por
verónicas, primero en el recibo y, luego, en el quite. Sin embargo, abrevió en
la faena de muleta ante la imposibilidad de alcanzar lucimiento. Con su
segundo, cuarto de la tarde, un animal desrazado que tuvo peligro por el
izquierdo, pero que se dejó por el derecho, salió arrebatado recibiendo al
astado de rodillas con el capote. Fue un vibrante y arrebatado recibo que, sin
embargo, no pudo tener continuidad. Además, cuando llevaba al toro al caballo,
el garcigrande se le coló por el pitón izquierdo y le volteó de muy fea
manera, quedando, Morante, inerte en el ruedo. Acudieron las asistencias en su
socorro para llevarle a la enfermería, pero tras unos momentos de dudas, el
sevillano volvió del burladero del cinco donde estaba siendo atendido para
continuar la lidia. Ya con la muleta, se inventó una faena que solo él vio con
series de enjundiosos muletazos sobre la mano diestra. Lo intentó también por
el pitón izquierdo, pitón por el que ya se le coló el burel con el capote
propinándole aquella espeluznante voltereta mentada anteriormente. Volvió a
protestar el toro y Morante siguió el trasteo con la mano diestra. La plaza
había vibrado con Morante. La plaza estaba entregada a Morante, una vez más. Y
la plaza enloqueció con Morante tras el perfecto estoconazo de efecto
fulminante que recetó el diestro sevillano. El público enardecido solicitó con
mucha fuerza el doble trofeo para Morante que, no sin voces disonantes, fue
concedido por el palco presidencial lo que permitía a Morante salir por la
puerta grande de la monumental madrileña por segunda vez en su carrera. Morante
recogió el doble trofeo y recorrió parsimonioso el anillo entre fuertes
aclamaciones y, por qué no decirlo, las protestas de aquellos aficionados que
consideraron excesiva la concesión de la segunda oreja -trofeo que, todo sea
dicho, puede calificarse de benévolo, pero, poco importan los trofeos, al final
despojos, cuando la emoción y el sentimiento (y algún que otro tinte triunfalista,
no vamos a negarlo) se apoderan de los tendidos (¡ay, de aquel aficionado que
solo sepa mirar el toreo con la frialdad o el triunfalismo numérico!)-. Terminó
la vuelta al ruedo y Morante se dirigió solo hacia el centro del ruedo. Todo
hacía presagiar que el sevillano iba, quizá en un gesto emotivo, a saludar y
agradecer a la afición venteña todo lo vivido durante este día especial. Pero
lo que nadie esperaba (quizá alguien sí) es que Morante se echase las manos a
la cabeza y comenzase a quitarse la coleta en un claro gesto que anunciaba su
retirada del toreo.
La conmoción y la emoción
brotaron en los tendidos venteños que prorrumpieron en una estruendosa,
clamorosa y unánime ovación que se mezcló con distintas voces: unos, pedían al
genio cigarrero que no lo hiciese, otros coreaban el tan taurino “torero,
torero” y otros lanzaban ese grito, tan actualmente popular, como poco taurino -y
casi deportivo- “jo-sean-tonio morante-de-lapuebla”.
Con los tendidos embargados por
la emoción por todo lo vivido durante todo el día y sin ser ni siquiera
arrastrado el último astado del festejo vespertino, una avalancha de novel
juventud invadió el ruedo venteño para llevarse en hombros por la puerta grande
al genial torero sevillano quien, poco más de media hora antes, acababa a
acaparar todo el protagonismo con su inesperada retirada. Poco le importó a
esta ignara y arrolladora muchedumbre que Sergio Rodríguez no hubiese
abandonado la plaza. Y lo que es más injusto, que hubiesen dejado casi en el
olvido a Robleño quien fue sacado a hombros por la puerta de cuadrillas por un
grupo de sempiternos aficionados venteños.
Terminaba así, una emocionante
jornada que, como decíamos al principio, será difícil de olvidar para los allí
presentes. Pero que también debería servir de reflexión para intentar atajar la
deriva en la que se encuentra inmersa la monumental capitalina desde la
aparición de este advenedizo y bisoño público que puebla sus tendidos en los
últimos años, que si bien es más que necesario, no deja de ser arrogante y nesciente. Pero, claro, para saber hace falta querer aprender…


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